Y tanto que importa. Importa en la economía, importa en el sexo –que cada cual/cuala averigüe, indague en si mismo/a-. Pero, sobre todo, importa en la pasión.
En la pasión por leer. En la pasión por la literatura. Dejarte llevar por la vida de los otros y querer seguir sabiendo.
Seguir sabiendo y seguir querer creciendo con ellos. Con los personajes.
Ah, los personajes. Los únicos que pueden darnos, ofrecernos, una lectura de la vida –de la nuestra-. Al fin y al cabo, la literatura no es –entre otras cosas- sino evasión e interpretación (¿no hablamos de lo mismo?)
……………….
Por otra parte, algunos estudios de mercado en los ochenta y noventa pretendieron que, dada la vida que llevamos muchos de nosotras, trayectos breves o largos, pero siempre estresantes, en transportes publicos, colectivos, y tal, habría ahí un nicho de mercado para ¡el relato breve!. La ecuación era simple:
Esto se aplicó a todo lo escrito, los periódicos gratuitos no tenían texto apenas. Los libros de bolsillo estaban llenos de mediorelatos insulsos.
Gilipolleces. Por decirlo de alguna forma. La realidad es más tozuda que las ideologías. Entre Metro y Metro, entre Metro y autobús, lo que queremos es continuidad, seguir con la historia, con la nuestra y la de esos otros que somos nosotros también.
El Cuentacuentos quiere historias que seguir.
Pdta.: la historia no acaba nunca, Homero sigue contándonos el cuento de un tipo que empezó a viajar por una tipa.
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