Viendo la película de Mel Gibson, The Passion, leyendo la serie de Collen McCullough acerca de César, me resulta difícil no pensar en coincidencias.
A César lo acusaban de querer ser rey de Roma, apoyándose en las clases más bajas de la población (no es correcto hablar de "el pueblo", tal como lo entendemos hoy día en Occidente, dado que "el pueblo" de Roma estaba formado por la asamblea conjunta de aquellos de las dos ordenes, la patricia y la plebeya, que tenían voto en la Asamblea Popular. Los ejércitos romanos "legales" avanzaban en nombre de ambas, SPQR, el Senado y el Pueblo de Roma). César por aquellos entonces había conseguido ser jefe militar y jefe político.
César, asimismo, era el jefe religioso máximo, Pontifex Maximus por elección, pero también flamen dialis, el guardián del rito, por designación directa de Sila.
Toda Roma conocía la importancia de la madre de César, Aurelia Cotta, en su vida. César era, como Pontifex, el jefe -el paterfamilias- del colegio de vírgenes vestales, pero su madre era la que, con la dignitas de una matrona romana, regía el destino de esas vírgenes, la que daba ejemplo.
Luego está el tema de la iconografía: cuando llegué por primera vez a Mérida, una de las cosas que más me impresionaron fué su Teatro: imposible no ver un retablo barroco enmarcando una figura, la de la Diosa -Ceres, creo recordar-, la Madre.
De todo hace dos mil años. Pero el Sumo Pontífice de Roma sigue dictando normas, anexionando territorios, gobernando conciencias y acumulando tesoros. El Colegio de Pontífices sigue funcionando.
Acabo de terminar el quinto tomo y me sigue entusiasmando. Creo que es de las mejores novelas históricas que he leído. Siempre que te interese mucho César y la república romana.
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