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4.27.2011

apenas nueve folios

Esa es la extensión apróximada del discurso de Ana María Matute, la Matute, a la hora de agradecer la concesión del premio Cervantes. No ha necesitado más para resumirnos la historia, la pequeñita y la grande, de sus ochenta y cinco años de vida. De nuestros últimos ochenta y cinco años de vida.



Pero también ha contado la historia del proceso literario, del arte y la necesidad de inventar. De inventar historias "que continuarán". La literatura es la historia interminable. Nos ha contado, con la misma ironía con la que ha agradecido el premio a "esta anciana que no sabe escribir discursos", cómo se le quitó la tartamudez, debida al miedo, gracias a los bombardeos de la guerra civil: la que convirtió a los niños de entonces en "los niños asombrados" oblligados a ver cadáveres y hacer cola a por patatas.



En nueve folios ha rendido homenaje a unos cuantos, ha lanzado alguna pulla -ingenua, como ella- y, reivindicando a Cervantes no ha nombrado ni una vez al Quijote, sólo a las figuras que el Quijote se inventó. Sí, las que creó el Quijote; las Dulcineas y Dulcineos que todos hemos imaginado alguna vez. O de como hablar de la metaliteratura sin tecnicismos absurdos, como los de aquellos "estudiosos y minuciosos profesosres y escolares americanos" que le preguntaban por el "arzadú".



Por la fantasía, por el arzadú, por el derecho y la libertad de crear y de vivir. Porque la literatura es la vida, y, más aún, la felicidad en la vida ("¿porqué tenemos tanto miedo de esa palabra?"), por todas las ideas que nos ha dado la Matute durante toda su carrera. Por las historias de hadas crueles frente a lo políticamente correcto: créanselas "porque me las he inventado".

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