Google+

6.15.2013

mercadotecnia


Sales a pasear con tu perro, porque cuidar de un perro no es cuidar de un perro, es convivir con "tu" perro, y que él conviva contigo. Os conocéis, sabéis de vuestros ritmos, de lo que toca en cada paseo. Hay veces que toca tranquilidad, dejarse llevar ignorando a los demás. Otras en las que toca conversar, pararte con cada amigo, oler cada arbusto, demorarte. También hay viajes con prisas, con urgencias, con ganas de regreso.

Esta tarde ha tocado un paseo de primera clase, solos tú, tu perro y tu ciudad. Nadie más. El aire ha sido dulce, uno de esos atardeceres de junio en los que el fresco de la brisa no hace sino anticiparte el calor sofocante que vendrá.

De repente, cerca ya del final del camino, irrumpen. Las voces os llegan desde atrás, agrediendo vuestra intimidad, se acercan, os alcanzan y os sobrepasan. No podéis evitarlo, una vez invadido vuestro territorio, recogéis  los restos.

"- Es que yo no me veo de monja, ni de numeraria ni de ná. Yo me veo de madre, con mi marido, mis dos hijos...
- Pero María, hija, se puede ser numeraria y madre..."

El padre no hablaba, sonreía. Traje azul oscuro, de una seda elegante y pesada. Un buen traje. La niña tendría trece años, uniforme verde de algún colegio de los alrededores, faldita plisada de cuadros escoceses, leotardos y rebequita de punto. Una espléndida melena rubia.

Os dejan atrás, ajenos a vuestra existencia. Mientras, tu cumples con el ritual, te agachas, recoges la mierda que ha dejado tu perro tras su paso y la dejas en la papelera más próxima.

Intentáis, tu perro y tu, que el mundo no se manche por vuestra culpa.