la llamada noche de san juan, no fué la más corta del año.
lo fué la del 20 al 21, el día en que el calendario meteorológico y el astronómico marcan el solsticio de verano y el comienzo de la estación (no por superstición ni por creencias, sino porque es el momento en que el sol alcanza, en el hemisferio norte, el cenit sobre el trópico de cáncer. es decir, el momento en que la radiación solar alcanza el máximo de su intensidad y duración sobre esa zona del planeta haciendo coincidir los tiempos del día y de la noche). sin embargo, seguimos, como masa, celebrándolo en la fecha que marca la iglesia de roma.
nos viene bien. hay otros ejemplos de duplicidades entre lo laico, lo pagano y lo impuesto por los de roma (ponemos belenes y abetos, celebramos reyes magos y papas noeles...). más fiestas, está bien.
está bien..., más evidencia de las dos españas, de la pervivencia de la ultramontana ("ultramontano" quiere decir de más allá de los montes (más allá de los pirineos). alude a los que ya desde el XVIII, pero sobre todo en el XIX, atendían más a las directrices papales que a las leyes de sus parlamentos. aún hoy siguen confundiendo delito con pecado, ética con moral).
yo celebré anoche el rito porque con el tiempo se ha convertido en mi rito.
mi rito es laico y personal, consiste en juntar amigos y niños y mayores, en pasar a veces frío acurrucados todos en un pareo o una toalla. en beber cerveza y hablar. sobre todo hablar.
mi rito lleva años componiéndose gracias a los pelos al aire y a los gritos insoportables de los niños.
a la hora prima, la medianoche -permitidme la licencia-, me baño en el mediterráneo. siempre es igual y siempre sorprende. avanzo, ligeramente achispado, hacia las aguas oscuras, luminiscentes las crestas de las pequeñas olas. me sumerjo. el agua es cálida y acogedora. me limpio.
cuando emerjo y vuelvo la vista, la costa es ya un baluarte de hogueras.
y la gente baila.
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