hace un tiempo, quizás al final de éste verano, una amiga se preguntaba en su blog, o en su facebook, o en su flog, no sé, acerca del porqué se tardaba menos en leer una novela de mil doscientas páginas que una de doscientas.
bueno. en la mayor parte de los casos porque la de doscientas es una puñetera mierda.
sin embargo, hay excepciones. hay novelas en las que nos cuesta adentrarnos, novelas a las que tenemos que desbrozar, luchar con ellas porque nos hacen daño, las muy cabronas.
he terminado de leer esta tarde una obra que empecé este verano. una novelita que habla de un asesino no convicto, de un profesor de piano que se arruina con una puta por amor a su mujer moribunda ("Sabe de pronto que ejecuta con Osembe aquello que la vida no le permitió hacer con Aurora, cuando ambos eran espléndidos cuerpos juveniles, llenos de deseo y ganas de comerse el mundo. Qué absurdo. A quién culpar. ¿Tiene responsable todo aquello?. Le regala esta fantasía privada en su vejez a quien no lo puede ni lo quiere apreciar. Una escena reservada para la mujer de su vida, pero interpretada por una sustituta que cobra por llevar a cabo un papel que no comprende."
y el relato del amor del asesino no-convicto con Daniela, la otra cara de la inmigración: el sin-papeles, cuidando niños de otros y dando su amor por dinero (como Osembe, la prostituta nigeriana, da su piel).
todo lo engarza, todo lo une, a todo da sentido, o no, la historia de un futbolista veinteañero, un argentino que llega como promesa y sale como derrota al cabo de la temporada, y su historia de amor con una adolescente de dieciseis años ("¡dieciseis años!, ¡tiene dieciseis años!"). ambos saben que la historia de Lolita tiene un mal final: Lolita crece.
historias paralelas, historias de gentes sumidas en la cotidianeidad y en el dolor de lo cotidiano. únicamente Sylvia sabe que se puede resolver el partido en el último minuto.
Saber perder
David Trueba
Anagrama, Compactos, 2009
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